El último vestigio de la Atlántida
Montanha do Pico (2.351 m)
La Montanha do Pico desde la costa norte de la isla
La Montanha do Pico muestra con claridad las tres fases de su formación: primero surgió la estructura volcánica principal, después el extenso cráter y, por último,se levantó en su interior el pequeño cono conocido como Piquinho, que constituye el punto más alto de la montaña. Se trata de un volcán activo y bastante joven, cuya última erupción se remonta a apenas tres siglos. La visión de las bravas aguas de la isla azotando sus oscuros acantilados y con las negras laderas volcánicas elevándose hasta la colosal silueta del estratovolcán, nevado durante buena parte del año, compone una de las imágenes más sobrecogedoras del Atlántico. Sin embargo, disfrutar de esta imagen no es tarea fácil. El Pico rara vez se deja ver, pues las frecuentes brumas que cubren el archipiélago habitualmente envuelven la montaña. No es de extrañar si se tiene en cuenta la descomunal pluviosidad de la isla (en el volcán caen 4000-5000 litros al año, según un museo local), que convierte los días nublados o lluviosos en la norma más que en la excepción. Aún así, a cualquier montañero que visite las Azores le recomendaría encarecidamente acercarse a esta remota isla para, si el caprichoso clima atlántico lo permite, ascender a esta emblemática montaña, uno de los volcanes más bellos que un servidor ha tenido la fortuna de contemplar.
Las Azores son un archipiélago portugués ubicado en pleno centro del océano Atlántico. Situadas en una zona compleja tectónicamente, pues están en el lugar donde las placas eurasiática, africana y norteamericana colisionan, estas islas de origen volcánico son un auténtico santuario de la naturaleza. La fertilidad del suelo, unida a las abundantes precipitaciones, favorece la frondosidad casi selvática de sus bosques y el verde intenso de sus praderas, hasta el punto de que las leyendas sitúan aquí los últimos restos del mítico continente de la Atlántida. Todas las islas comparten este carácter exuberante… salvo una. Y es que la isla más joven del archipiélago rompe la norma, pues se compone principalmente de un terreno áspero y hostil, con extensos campos de lava donde afloran viñedos famosos por su viticultura heroica, que son patrimonio de la humanidad, y con el verde de los bosques y los pastos reducidos a la parte oriental y central de la isla. La isla de Pico no recibe su nombre por casualidad. El responsable de esta desolación magmática es un soberbio y agudo estratovolcán de perfil piramidal que domina con autoridad el occidente azoriano y que ostenta el título de techo de Portugal.
La Montanha do Pico desde el centro de Pico
Desnivel1.150 m
Longitud8,5 km
Altura mínima1.220 m
Altura máxima2.351 m
Dificultad técnicaAscenso muy empinado por roca volcánica en la subida al cráter, siendo muy habituales la escasa visibilidad o las malas condiciones meteorológicas. La subida al cono somital del Piquinho tiene tramos de trepada de primer grado.
Track en WikilocMapa de la ruta realizada tomado en el visor OpenTopoMap
El inicio de esta ruta es la Casa da Montanha, un edificio situado a los pies del volcán que sirve como punto de entrada al parque natural. El ascenso a la Montanha do Pico está restringido: únicamente los poseedores de un permiso (con precio variable dependiendo de hasta donde se quiera llegar, 25 euros si se desea alcanzar la cima) pueden atravesar el punto de control de la Casa da Montanha. Dado que solo existe una vía para ascender el volcán, es obligatorio pasar por caja. Además, el número de visitantes simultáneos está limitado mediante un sistema de turnos, por lo que las plazas disponibles en la reserva online (20 por turno) suelen agotarse rápidamente. No obstante, también es posible obtener el permiso directamente en la Casa da Montanha, aunque en este caso no hay manera de comprobar previamente cuántos quedan. En mi caso, al estar agotadas las plazas online, tuve que acudir presencialmente a la Casa da Montanha a comprar el permiso que, afortunadamente, no estaba agotado para ese turno. Por tanto, se recomienda reservar con antelación a través de la web oficial del Parque Natural si se quiere tener la tranquilidad de tener plaza asegurada. Calcula la ruta desde cualquier punto de inicio pulsando este enlace a Google Maps.
Milagro en la isla de Pico. Después de dos días de lluvia incesante y densas nubes, el día elegido para el ascenso amaneció nuboso en la costa, pero soleado en la Casa da Montanha. Sabíamos, sin embargo, que aquello no iba a durar todo el día, así que, después de realizar los trámites pertinentes, comenzamos a subir por las escaleras que parten de la parte trasera del refugio.
La imponente Montanha do Pico nos aguarda, sombría, coronando una empinada ladera de lava cuya base está ocupada por ásperos arbustos que harían muy incómoda la ascensión de no ser por el marcadísimo sendero que atraviesa la vegetación.
El camino nos conduce hasta un pequeño collado situado justo detrás de un primer cono volcánico, uno de los muchos que salpican el entorno del volcán. En la foto se aprecia un poste indicador. En el ascenso al cráter siempre estaremos acompañados de estas estacas, que sirven de guía para saber cuánto nos queda, puesto que están ordenados del 1 al 47, siendo el primero el más cercano a la Casa da Montanha y el último el situado en el mismo cráter. Los postes son de mucha ayuda cuando las nubes entran en la montaña y reducen la visibilidad, pues nos confirman que vamos por buen camino, sobre todo cuando pasemos a andar por la ladera del volcán propiamente dicha.
De momento, su función es casi simbólica, pues el propio terreno prácticamente nos obliga a seguir el camino, ya que fuera de él la vegetación hace del avance impracticable. Avanzamos junto a un espolón, que vamos dejando a la izquierda hasta superarlo.
El espolón finaliza en la llamada Furna Abrigo, otro de los vestigios de las erupciones de flanco que tuvo el volcán. Este tipo de erupciones genera los llamados conos parásitos, como la Furna Abrigo, especialmente conocida al estar situada junto a la ruta de ascenso. No obstante, veremos muchos otros ejemplos de estos bonitos restos de los tiempos más activos del Pico.
Con cuidado, podemos asomarnos a su interior, una sima no muy profunda y cubierta de vegetación, resultado de la abundantísima precipitación que cae en la isla y, especialmente, en el volcán.
Después de esta breve visita, proseguimos con el ascenso. Ahora toca realizar una larga diagonal hasta ganar la arista que se recorta contra el cielo y que utilizaremos para ganar la mayor parte del desnivel. En la foto vemos el poste número dos. Y es que, hasta llegar al poste 7 (situado precisamente al principio de la arista), los postes están bastante espaciados, ya que este tramo inferior de la montaña no presenta complicaciones de orientación. A partir del séptimo, se sitúan mucho más próximos entre sí, pues el terreno se vuelve más abrupto y el camino, menos definido.
Durante esta travesía apenas ganamos altura, pero la presencia de las coladas de lava va en aumento, preludio de lo que va a ser la subida por la arista.
La diagonal finaliza en un rellano, donde encontramos el mencionado séptimo poste. A partir de este punto, tal como se aprecia en la imagen, su presencia aumenta significativamente a la vez que el terreno se complica: el camino se difumina bastante y la pendiente se yergue de forma notable. Siempre deberíamos tener a la vista, al menos, el poste anterior y el siguiente, lo que facilita la orientación en esta caótica ladera.
Aprovechamos que aún permanecemos bajo la sombra del volcán para descansar y prepararnos para el tramo más exigente de la ascensión, no sin antes mirar atrás y contemplar el recorrido ya superado: desde el aparcamiento hasta la Furna Abrigo, y la larga diagonal que nos ha traído hasta aquí.
Nos esperan algo más de 500 metros de desnivel por un terreno complejo y duro. A partir de aquí, el sendero prácticamente desaparece bajo las negras lenguas de lava, aunque la subida se hace más llevadera gracias a la buena adherencia que ofrecen las rocas volcánicas.
Poco a poco, pues no se puede ir de otra forma, vamos ganando metros por la lava, mientras a ambos lados van apareciendo distintos conos parásitos, todos de tamaño y forma variables.
El ascenso por la ladera resulta algo pesado por lo larga y monótona que es, aunque ver como el número en las estacas va aumentando da ánimos para progresar. El final del tramo más duro se da con el poste número 35 aproximadamente.
La llegada del Sol coincide con la progresiva aparición de nubes, que van engullendo la parte inferior del volcán, incluyendo la Furna Abrigo, que vemos en la parte derecha de la fotografía.
Afortunadamente, la parte alta de la montaña sigue totalmente despejada. Cuando alcanzamos los 2000 metros de altura, la pendiente comienza a suavizarse y empezamos a distinguir, un poco más adelante, un extenso rellano que se abre en la cara sur de la montaña.
Terminado el tramo más empinado, el sendero reaparece y inicia un rodeo del cráter por su parte exterior, para adentrarse en él por su vertiente meridional, mientras seguimos ganando altura de manera más progresiva.
Mientras tanto, el rellano que veíamos un poco antes se ha despejado totalmente. Sorprende sobremanera encontrarse semejante llanura, muy extensa, en este lugar. Este altiplano es, al parecer, herencia de la primera fase eruptiva de la Montanha do Pico. El antiguo cráter de aquella época es este mismo rellano, que se fue rellenando en las posteriores fases, quedando a menor altura que el cráter actual y el Piquinho, ambos fruto de erupciones más recientes.
El sendero se aproxima poco a poco al borde del cráter y, en consecuencia, el recorrido va tornándose cada vez más abrupto.
Y, repentinamente, en el poste número 46, llegamos al cráter, dominado por el altivo Piquinho.
El cráter de la Montanha do Pico es peculiar. Las paredes que lo delimitan, de unos 30 metros de altura, solo cubren su mitad oeste. La otra mitad está abierta, formando una terraza que se desploma abruptamente al llegar al final.
Pero lo más llamativo del cráter es el Piquinho, una versión en miniatura de la propia Montanha do Pico y culminación de la tercera fase eruptiva de la montaña. El Piquinho se levanta unos 70 metros desde el fondo del cráter y, aunque su perfil parece intimidante, su ascenso resulta más sencillo de lo que aparenta.
Descendemos la pared del cráter y lo atravesamos con rapidez hasta plantarnos en la base del Piquinho, ascendiendo primeramente por una inestable pedrera de lapilli.
La roca del cono es más firme, aunque muy afilada, así que aprovechamos los nervios magmáticos, más redondeados, para progresar con mayor comodidad. En algunos puntos es necesario ayudarse con las manos, más por estabilidad que por dificultad real.
Siguiendo las omnipresentes marcas de pintura, que nos indican el mejor camino, alcanzamos una canal por la que trepamos entre fumarolas que nos recuerdan que seguimos en un volcán activo.
Finalmente, llegamos a la cumbre del Piquinho y, por consiguiente, de todo el estado de Portugal, como bien indica el vértice geodésico ubicado en el punto más alto.
El Piquinho posee su propio cráter, de dimensiones mucho menores que el de la Montanha do Pico.
Aunque el día nos ha respetado bastante, la Montanha do Pico es lo único que sobresale de un mar de nubes que cubre todo cuanto abarca la mirada.
Todo cuanto llegamos a ver son retazos de las verdes praderas de la parte oriental de la isla, que quedan tapadas rápidamente por la creciente nubosidad. Una auténtica lástima, porque en jornadas despejadas, el panorama desde la cima es sencillamente espectacular, pues se alcanzan a ver todas las islas del grupo central del archipiélago de las Azores.
Como ya se ha mencionado, el cráter solo conserva paredes en su sector occidental, con oscuras formaciones que no superan los treinta metros.
El resto del cráter está abierto al vacío, formando una amplia plataforma de la que emergen algunos torreones de aspecto imponente. En el sector septentrional del cráter se distingue una pequeña construcción, que parece ser un observatorio de control vulcanológico.
No hay previsión de que el tiempo vaya a mejor, más bien lo contrario, por lo que, después de un buen rato siendo las personas más altas de Portugal, emprendemos el descenso, bajando primero del Piquinho.
Andamos luego por el cráter, por el que curioseamos un poco. Existe la opción, bastante habitual, de pasar la noche en su interior para contemplar el amanecer desde el Piquinho. Debe de ser una experiencia inolvidable en días despejados.
Antes de abandonar el cráter, lanzamos una última mirada al Piquinho, donde se aprecia perfectamente toda la ruta hasta su cima, donde hay un par de excursionistas haciéndose una foto. Aunque encontramos bastante gente (era un sábado de junio), la afluencia era más que razonable, teniendo en cuenta que se trata de la mayor atracción de la isla y un objetivo muy deseado para todos los montañeros que visitan el archipiélago.
Al abandonar el cráter, observamos que las nubes han subido hasta llegar al mismo extremo del altiplano inferior. Nos espera una bajada sin visibilidad.
Efectivamente, al llegar al inicio de la bajada empinada, quedamos envueltos de una densa bruma, limitándose la visibilidad a no más de 20-30 metros. Es entonces cuando se comprende la utilidad de la profusión de estacas; sin un sendero definido y con la ladera prácticamente uniforme, sería facilísimo desorientarse.
Después de una bajada bastante tensa, pues la roca volcánica húmeda es muy resbaladiza, llegamos nuevamente a la Furna Abrigo, que parece una boca al infierno en estas condiciones.
Desde allí, el trayecto hasta la Casa da Montanha es un paseo. Aunque por estas últimas fotos pudiera parecer lo contrario, hoy hemos sido afortunados: la hostil meteorología de las Azores nos ha concedido una tregua suficiente para coronar su gran cima. Ahora solo queda el deseo de regresar algún día, para repetir esta magnífica experiencia bajo un cielo completamente despejado.